jueves, 14 de enero de 2010

Tachones.

Madrid, noche lluviosa. Habitación desordenada. Sobre la silla esta vez no está el chico, sino unos pantalones mojados. Durante la tarde hizo el mismo camino de muchas otras. No resulta fácil navegar entre la lluvia, con un paraguas y un cuaderno que no quieres que se moje. No sabe si considerar una victoria contra la lluvia, haber conseguido no mojar el cuaderno, cuando acaban mojándose hasta las llaves. Tras la victoria siente una sensación desagradable, una sensación mucho mas humedad que una ducha fría a primera hora de la mañana.

El chico esta sobre la cama, y escribe una vez más. Sus manos acarician el teclado despacio. Reflexiona. Tiene un cuaderno con varias hojas llenas, tachones se mezclan entre algunas ideas. La Taza está vacía. Detrás de cada tachón, un paso, de cada paso una idea, y de cada idea un temor. Últimamente tiene los ojos muy abiertos, intenta buscar en cada cosa que ve algo sobre lo que escribir pero no todo vale. Sonríe cuando se da cuenta de lo absurdo e interesante que resulta a la vez todo esto. Piensa en todos los detalles de todo lo que le rodea. Siente miedo de mirar hacia dentro. Quizá tenga la sensación de que pueda encontrarse una extraña criatura interna. Extraña criatura llamada vergüenza. Remover entre recuerdos y experiencias no es fácil a veces. Pero más difícil resulta contarlas con síntesis, claridad y coherencia, para que la persona que decida leerlas, las entienda. La taza sigue vacía. Hoy no se siente ni café, ni chocolate. Un vaso de leche quizá sea suficiente en esta fría noche.

Aprender a escribir como aprendió a caminar. No resulta fácil, y sobre todo para un chico al que normalmente, le gusta dar pasos firmes y sobre seguro. Agradece las manos con guantes de palabras que se ofrecen en sus primeros pasos, en sus primeros tachones.
Nota el peso del día sobre sus parpados. Guarda el cuaderno un día más.

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