jueves, 17 de junio de 2010

A grandes males, PEQUEÑOS REMEDIOS

Metió la mano en el bolsillo y se dio cuenta de que tenía un agujero. ¡Qué mala suerte! Había ido perdiendo todas las cosas que había ido guardando. Decidió que la mejor solución era acudir a un experto, así que se fue a ver a su tío, el sastre.

Al llegar, aspiró profundamente y reconoció aquel aroma tan particular. Mezcla de tela, madera y tiza de marcar. Se dirigió a su tío y expuso con rapidez la gravedad del problema. Éste dejando lo que tenía entre manos le miró y con aparente preocupación, le dijo – Busca en el almacén y mira a ver qué encuentras.

Ante los estantes atestados de telas y con cierto desanimo, empezó a examinar uno a uno los bolsillos que fue encontrando. El primero un bolsillo de vivo con ojal, no paraba de observarlo todo descaradamente y resultaba demasiado inquietante. Luego, un bolsillo de pañuelo, perfecto para alérgicos – pensó. Había bolsillos apilados, por colores, por tamaños… y muchos otros arrugados. Se fijó en dos bolsillos de cremallera: uno que no abría la boca y el otro que tenía demasiadas cosas que decir. No servián. Había algunos descosidos, otros sin coser. Incluso un bolsillo francés con el que no terminó de entenderse…

Tras este último intento decidió darse por vencido y regresó al taller. Su tío, ante lo sorprendente de la infructuosa búsqueda, le miró y le dijo – deja aquí la chaqueta y vuelve mañana, ya me ocupo yo de todo. Le dio un beso en la frente y vio como desaparecía a toda prisa por la puerta.

Al día siguiente volvió, y al introducir la mano en el bolsillo comprobó que ya no estaba el agujero – ¿Dónde lo has encontrado? – preguntó sorprendido. – No lo encontré, solo lo cosí – Respondió su tío, esbozando una pequeña sonrisa.