Se asomó al exterior a través de
la ventana y, al mirar al cielo, no supo si aquellas nubes amenazaban lluvia o
tan solo una tarde gris. Siempre que el día no era soleado buscaba cualquier
excusa para quedarse en casa, pero hoy le estaban esperando y no estaría bien
no aparecer.
(…)
Creció siendo un niño responsable
y tímido. Su madre Martina lo protegía con prohibiciones y mimaba con regalos. Había
tan solo una cosa en la que no le consentía: “Las clases de natación”. Era algo
que siempre afrontaba con desgana. Aunque los mejores momentos que recuerda en
su infancia, se producía justo cuando salía del agua, donde jugaba con Damián
con quien hizo buenas migas desde el principio. Era con el único que, dejándose
contagiar por su energía, conseguía hacerle perder la introversión y olvidar todas
las advertencias de su madre.
Pero Damián y él dejaron de ser
buenos amigos demasiado pronto. Debido a un incidente producido por un juego
infantil demasiada cerca de la piscina. Él solo recordaba que Damián le empujó,
y sin poder controlar la situación, se sintió caer a cámara lenta hasta ser
tragado por el fondo de la piscina. Cuando abrió los ojos, aterrorizado, expulsando
agua por la boca, su madre se lo llevó en volandas y nunca más volvió a
aparecer por la piscina, ni mucho menos le permitió volver a jugar con Damián.
Librarse de las clases para él fue un alivio, pero los temores que este líquido
elemento le producían se incrementaron con los años.
A lo largo de su infancia se
fueron sumando varios incidentes negativos entorno al agua calándolo hasta los
huesos, hasta que decidió no volver de mojarse. Siempre llevaba un paraguas al
salir de casa, rodeaba los charcos; aunque llevaba años sin ir a ninguna piscina
ni acercarse a menos de doscientos metros del mar, lo único que no evitaba por
su excesiva noción de la limpieza eran las duchas las cual afrontaba con
rapidez y verdadero sufrimiento.
(…)
Una tarde tras varias horas en la
biblioteca, llovía, por una falta de previsión inexplicable por su parte había
olvidado el paraguas, así que para evitar tener esa sensación insoportable, que
le provocaba el agua sobre la cara, aguardaba bajo los soportales de la
biblioteca cuando alguien se acerco por detrás y le dijo bajito y tartamudeando
-Lo… Sien… to-. Era Damián, quien había aguardado todo este tiempo en silencio
y había logrado reunir el valor
suficiente para ordenar aquellas dos palabras a las que tantas vez se había
detenido para acercarse de nuevo a él. Había pasado mucho tiempo culpándose por
el incidente, podría haber sido algo
grave y no había olvidado esa sonrisa viva e inocente. Le miro sin decir una palabra, mientras se producía una
batalla de contradicciones en su interior, le costaba apartar de su cabeza, aquel
monstruo que durante meses había ido generando con pesadillas y fortalecido por
los comentarios que estuvo recitando su madre durante días.
–
Hijo podrías haber muerto.
–
Hay que tener mucho cuidado con quien se juega y
con donde se juega.
–
El agua es muy peligrosa
Pero era imposible mantener esa idea mirando la transparente
mirada de Damián.
(…)
Cogió las botas de agua y salió
corriendo escaleras abajo, evitando coger el ascensor. Recorrió el camino hasta
la cafetería Continental saltando de baldosa en baldosa sin pisar la unión
entre ellas. Llego cinco minutos antes y aguardó mirando las agujas del reloj
hasta que la manecilla marcó la hora exacta y la puerta se abrió.
Allí estaba él.
La charla transcurría como las
anteriores, ambos guardaban más de lo que daban, reprimiendo sus deseos,
llevaban meses pasando de puntillas por encima de sus verdaderos sentimientos.
Contradiciéndose, cuando uno se acercaba el otro salía corriendo, cuando se
necesitaban no se encontraban y cuando necesitaban espacio se asfixiaban. Así pasaban los días esperando que el otro
diera el primer paso.
Entonces el destino le puso a
prueba, y tras un estruendo ensordecedor, el cielo empezó a romperse en
cortinas de agua. Se levantó, y su mirada se congeló en el exterior. Totalmente
extraído del mundo, Inmóvil y asustado, notó de repente algo que le agarraba
fuerte la mano, miró y allí estaba su mano, recorrió su brazo lentamente casi
acariciándolo hasta que sus miradas se cruzaron. Guardaron silencio, sobraban
las palabras. Podía merecer la pena zambullirse en un océano de miedos juntos.
Había llegado el momento.