Sostengo el
móvil en la mano. Ya han pasado varias semanas. Gracias a la mudanza los
primeros días pasaron deprisa, en poco tiempo había ordenado las cajas y
limpiado todo más de lo necesario. Después los días fueron pasando lentamente, tenía
claro que no podía seguir con lo nuestro ya nos habíamos engañado suficiente, pero
pronto, aun habiendo sido yo el que dio el primer paso para acabar con todo
aquello, empecé a contradecirme, a echarte de menos, y traté de ocupar mi
tiempo y mi mente.
Hoy estoy
agotado, llevo todo el día fuera haciendo las primeras compras de navidad, sin ti
después de tantos años. Al llegar a casa, he cenado un par de copas de vino
blanco. Ahora pienso tumbado sobre una cama con la luz de los rayos de una Luna
pletórica en un cielo vacío. No paro de mirarla, sobre los edificios. Respiro
profundamente… intentando dejar la mente en blanco, pero es imposible, la
nostalgia me envuelve. Hace ya al menos una hora que debería estar durmiendo si
pretendo aprovechar el domingo. -el despertador me perdonará mañana- pienso.
Trato de dormir una noche más al borde de la cama, miro hacia el que era tu
lado, soy consciente de que esta ya no es nuestra cama, aquella donde nos
refugiábamos y entendíamos a la perfección, único lugar donde eso ocurría,
donde nos reconciliábamos y donde me regalabas promesas que nunca cumplían,
palabras eran solo palabras. Realmente era gracioso ver como poco a poco te
ahogabas en tus propias incongruencias, esas que yo justificaba siempre.
Me cuesta
reconocerme a estas horas, aturdido, pensando en todo y nada, sabiendo que lo
único que me calma es el calor. En esta cama no hay sitio para ti, aunque desearía
que las cosas hubieran sido diferentes para poder seguir compartiéndola contigo,
pero no.
Vuelvo a mirar
el móvil. Busco. Como una maquina escribo, sin pensar.
En Veinte
minutos sonará el timbre. Y correré como un animal a abrir la puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario